Fue Rubens quien convenció a Felipe IV de que Velázquez debía viajar a Italia. No fue en su primer viaje, sino en el segundo cuando Velázquez pintó uno de los retratos que revolucionarían la historia del arte moderno: el retrato del papa Inocencio X. Todo esto viene a cuento por que Italia ha sido, desde hace más de dos mil años, un lugar de iniciación, tanto para los sentidos como para aquello que llamamos, a falta de una palabra mejor, sensibilidad. Este libro da cuenta de lo que vi en mi primer viaje a Italia, en el remoto 2002. No sé si emprenda la peripecia de nuevo porque, como consta en las páginas de este volumen, a lo largo de mi vida he sido un mal viajero. Mis ojos, sin embargo, quedaron abiertos desde entonces y ahora puedo mirar las cosas mejor que antes de haber tomado el avión y descendido en el aeropuerto de Malpensa.
—GBG