En La vida triestina, David Miklos ensambla un diario de viaje disfrazado de fic-ción, en el cual, no obstante, se adivina la presencia de un autor y un destino: el viaje —Trieste, Miramar, Londres, Budapest— entendido como un regreso a las raíces familiares. Una prosa tersa, de rasgos nerviosos y eficaces, va tejiendo la trama de este relato que sucede en un tiempo inestable —pasado y presente mezclados. La nota predominante es el gris de las tardes lluviosas y solitarias que constituyen los escenarios de este libro. La vida triestina se viene a sumar a la nómina escasa de libros de viaje de nuestra literatura, y rinde tributo, a su manera, a los autores europeos de los que es deudora (Thomas Bernhard y Claudio Magris, entre ellos).