El monólogo de un taquero es al mismo tiempo la memoria viva de quien fuera boxeador; las palabras se crecen como enredadera: lo coloquial esconde cicatrices y dolores como grietas sobre un muro del alma… Pasamos luego a un diálogo, al filo de una barra de bar, con pocos hielos; una pareja intenta resolver un enigma que contagia a todo lector: ¿de dónde vienen los secretos?… En la resolución se encuentra no sólo el destino de los sueños individuales, sino la historia posible o imposible de un país; el lector de estos párrafos puede sentir que ha quedado inmerso más en una novela que en un cuento, pues los párrafos nos envuelven entre la bruma de una vigilia consciente y un páramo onírico que parecería despejado: se nos olvida que la historia de México se transpira entre fantasmas y el poder es eso que levita entre el ensueño y la realidad… [El autor de los relatos de A veces llovía en Chicago es el] mismo que deambula hoy por las calles de Chicago con la ciudad de México impresa sobre la memoria y su piel, con la madrugada de Madrid en la imaginación de una página olvidada de Unamuno y los murmullos de los llanos por donde levita el fantasma de Juan Rulfo, encendido en las almas de cada uno de los millones de migrantes que han multiplicado muchos Méxicos en Estados Unidos. Hablo de Gerardo Cárdenas, escritor de veras.
— Jorge F. Hernández