Veinticinco ensayos sobre poetas y narradores contemporáneos, escritos no por un crítico literario, sino por un poeta que es además escritor, traductor y un excelente crítico literario. Y eso cambia todo. Articulado a partir de una sutil aunque constante oposición entre dos posibilidades –textos de juventud y de madurez, poesía y prosa, escritores celebres y poetas jóvenes-, el libro hace eco del cuadro de Degas, en el que un grupo de gente, dividida y enfrentada, es visto en el instante previo al inicio de una gozosa lucha –un instante de detención, de tensión, en el que están contenidos todos los movimientos que un momento después, pero fuera del cuadro, puedan darse. Entre un ensayo y otro se advierte un reiterado juego de temas, autores e imágenes, que determina la distribución de los textos dentro del conjunto.
A diferencia de lo que suele suceder en nuestro medio, donde cualquiera «junta» sus ensayos en un volumen, este libro ha sido hecho menos por una simple acumulación de papeles que por la voluntad de formar con un grupo de textos selectos una figura de pensamiento, digamos, que sirve a su vez que para dar forma y contenido al mismo libro. Su dispersión es aparente. Al enfrentar dos puntos de vista propios, separados sólo por el tiempo, seguimos el desarrollo del pensamiento poético de su autor, no en un orden cronológico, sino en las polarizaciones que esos distintos momentos, representados por los ensayos, van creando. Allí están los intereses artísticos que lo mueven, las lecturas formativas, los amigos que han influido en él, así como las nuevas figuras que con todo ello ha ido haciendo. Entre una variedad de maneras de escribir un ensayo, sobresalen aquellos que dedica a Paul Valéry y a Salvador Elizondo (cuya obra ensayística es uno de los modelos inmediatos de Bernal Granados). Pero más que la precoz erudición del autor, lo que me sorprende es su olfato par detectar las obras y los autores de los que es importante hablar este momento (y de los que en México muy pocos ha dicho, ya no digamos de Hugh Kenner, nunca acabado de traducir al español, sino de autores más cercanos por diversas razones, como los poetas Roberto Tejada, Tamara Kamenszain o Reynaldo Jiménez, cuyas obras van teniendo una importancia innegable), junto a otros, en los que sería innecesario insistir (como Arreola, García Márquez o Gonzalo Rojas…), vistos desde algún ángulo inusitado. Pero también es necesario señalar los temas profundos que recorren las páginas de este libro, porque son algunos de los que realmente importan a un poeta: «la idea de la escritura», las sutiles relaciones entre texto e imagen, el papel de la autobiografía en la obra… Y todo esto escrito en una prosa clara y precisa, casi diría cristalina, cuyo ritmo, que es el del pensamiento de su autor, le imprime a los textos una velocidad asombrosa.
Parecerían ensayos de narrador, si junto a las detalladas observaciones y las agudezas críticas hicieran falta los destellos auténticamente poéticos. Bien pensado y bien realizado, su despliegue funciona como la metáfora literaria de una metáfora visual. Los hilos que lo forman se equilibran y alcanzan ese estado de detención –semejante al intervalo que se abre entre llamar a una misma imagen «naturaleza muerta» o still life, propiamente dicha- que la pintura otorga a sus representaciones. Ubicado en el fértil punto intermedio entre varias posibilidades, el libro de Bernal Granados hace evidente la conformación de la visión artística que en él cristaliza y que genera las figuras, plenas de potencialidades contenidas en cada texto, que su escritura hace posibles.